15 Ene 2015
enero 15, 2015

La evitación en el duelo

Duelo

La evitación es un mecanismo de defensa que se pone en funcionamiento para impedir conectarnos con una sensación de malestar o dolor. Es la acción de escapar o evitar temas que resultan desagradables, porque enfrentarlos supone experimentar una sensación penosa de incapacidad, vacío, dolor, culpabilidad, soledad, torpeza, etc.

Se puede evitar directamente la situación u objeto que nos produce dolor, como puede ser el caso de la fobia, o podemos utilizar mecanismos de huida tales como por ejemplo la ingesta de drogas o alcohol, la hiperactividad o la somatización. Los vicios (incluso positivos) son buenos aliados para evitar enfrentarnos a los problemas.

El “evitar” o “escaparse” es algo natural cuando algo duele, y la muerte de un ser querido puede llevarnos a querer huir del dolor que su ausencia nos provoca.

Como ya hemos visto en post anteriores, el duelo es un proceso doloroso, y en su fase inicial puede aparecer la evitación como una reacción normal para proteger al doliente de las intensas emociones, que se suscitan ante la muerte de un ser querido. La evitación, al servicio del duelo, es como una membrana que sirve para que el doliente se vaya acostumbrando de forma gradual a la ausencia del ser querido, hasta poder ver la realidad con total claridad. A medida que la certeza de la pérdida va tomando consistencia, la evitación va cediendo, y esta membrana permite el paso de una fuerte sensación de tristeza con sentimientos depresivos. Esta etapa de evitación puede durar de varias horas a varios meses, y puede ser tan intensa, que incluso se llegue a negar la muerte con una fuerte y persistente sensación de incredulidad y shock.

El dolor ante la muerte de un ser querido, es real, no se puede evitar. El duelo nos expone a sensaciones de abandono y desamparo, que si bien son universales y esperables, son muy dolorosas. Por eso muchas veces se mantiene la membrana evitativa, en un intento de evitar futuros daños y decepciones, ante relaciones que puedan hacernos sufrir nuevamente. De esta forma el doliente se encierra para no crear nuevas relaciones, nuevos intereses, abrir nuevos ámbitos de contacto. La membrana se va endureciendo y transformando en una coraza que nos impide sentir el dolor, pero también la alegría propia de la vida. Si la actuación evitativa se extiende por mucho tiempo, el duelo se puede complicar. Este es un mecanismo adaptativo al inicio del duelo, pero si se cristaliza, deja de actuar como una herramienta de afrontamiento y paraliza el proceso de elaboración.

La evitación nos defiende del dolor sentido por la ausencia y el vacío que ha dejado nuestro ser querido fallecido, por lo que si hacemos de cuenta que no murió y dejamos todas sus cosas intactas como si en cualquier momento fuera a volver, evitamos enfrentarnos a ese vació y dolor profundo. Otra forma puede ser evitando ir al cementerio, no dejar de escribirle mensajes todos los días esperando una respuesta, evitar volver a lugares que se iba con la persona muerta, dejar de hacer actividades que se realizaban con la persona fallecida, etc. Evitando todo aquello que nos devuelve un vacío, un hueco, su ausencia. Cada persona según sus características e historia personal, evitará aquello que más cruelmente lo enfrente con la ausencia. Lo que mayor dolor le causa, es la confirmación de que su pérdida ha sido real y es definitiva: la muerte de su ser querido.

Las formas evitativas, pueden ser viajar, mudarse, alejarse de los lugares que les recuerda al fallecido, o imaginarse que éste está de viaje, de vacaciones o nos está jugando una broma pesada y que pronto volverá. Las respuestas de optimismo, positivismo, euforia, alegría aparente, muchas veces acompañadas de una vívida sensación de que su familiar muerto está acompañándole continuamente, son otras manifestaciones de la evitación, que muchas veces es asistida por creencias espirituales o religiosas que confirman esas sensaciones.

Detrás de la evitación encontramos un mecanismo que si bien evita que sintamos emociones desagradables, refuerzan la conducta evitativa consolidándola como una forma de afrontamiento válida. La evitación produce un empobrecimiento vital para la persona, ya que renuncia a aspectos de su propia vida que son importantes.

Pero no solo se evitan lugares, objetos, personas, sino que también se pueden evitar pensamientos dolorosos relacionados con la muerte para protegernos del dolor que nos producen.

El razonamiento evitativo, no siempre consciente, es:  

  • Evito (ir al cementerio, mirar fotos, ir a la plaza X, realizar la actividad Y, pensar en A, etc.)
  • No noto su ausencia, no veo el vacío, no me doy cuenta, etc.
  • No siento frustración, no veo mi incapacidad, no noto mi propia vulnerabilidad, no siento culpa, tristeza, rabia, etc.
  • Pienso y me conformo: Puede que esté vivo, tal vez hay un error, hago de cuenta que está vivo, conservo una parte suya viva, la esperanza, la fantasía de recuperarlo a través de sus cosas, etc.
  • No sufro, no siento tanto dolor, etc.

Algunas personas se resisten a reconocer su propia evitación y terminan desarrollando síntomas nerviosos, ansiedad, depresión, retraimiento y enquistando cada vez más sus vivencias. Tomar consciencia de lo que realmente se evita es doloroso y frustrante.

Hace unos años leí un artículo muy interesante, no recuerdo su autor, que se titulaba la digestión del dolor. Para no sufrir de una indigestión (duelo complicado), el dolor debe ser digerido correctamente a través de su afrontamiento gradual. Si el dolor queda sin ser elaborado y asimilado, queda como una comida pesada en el estómago que nos produce malestar, indigestión.

Bowlby dice “antes o después, aquellos que evitan todo duelo consciente, sufren un colapso, habitualmente con alguna forma de depresión”. El acompañamiento psicológico en duelo tiene el objetivo de facilitar esta, entre otras tareas, para que el doliente no arrastre el duelo a lo largo de su vida. Si la tarea II no se completa apropiadamente, puede que más adelante sea necesario realizar una terapia, con el inconveniente de que puede ser más difícil retroceder y trabajar el dolor que ha estado evitando.

Piensa que aunque te puedas escapar, internamente sabes que tienes esa pieza pendiente de acomodar en el puzle interno, y que tarde o temprano tendrás que enfrentarte a ella. Como suele decirse, la mejor defensa es un buen ataque, así que te invito a que si este es tu caso te prepares para enfrentarte a eso que tanto temes.